8/1/17

De camino a Jerusalén con parada en el Mar Muerto


¿Qué tal mundileros?

Después de Eilat y de haber visto Petra, en Jordania nos dirigimos a Jerusalén. Para ello madrugamos un poco para estar en la estación central de autobuses sobre las 6:45 de la mañana. Allí cogimos el primer autobús 444 que sale a las 7 y que hace la ruta Eilat-Jerusalem en 5 horas.
Pero de camino a Jerusalem queríamos hacer una parada, ni más ni menos que en el mar muerto. Así que cuando llegamos a la zona hotelera de Ein Bokek nos bajamos y caminamos un poco hasta encontrar una playa accesible y gratuita (algunas pertenecen a los hoteles y hay que pagar algo).


La playa tenía tumbonas, duchas, cambiadores y lavabos, por lo que era perfecta para pasar un par de horas, así que plantamos nuestros mochilotes y nos lanzamos a la mar!
Habíamos oído hablar mucho del mar muerto, sus propiedades, su salinidad y por supuesto su flotación y nos moríamos de ganas de experimentarlo.


Carlos fue el primero en meterse en el agua y ver como al estirarse y sin esfuerzo alguno se quedaba flotando... la sensación es única. Y eso que el agua que caliente caliente tampoco estaba eh... pero algo sorprendente pasa cuando estás dentro y te encuentras quieto y flotando, pues el frío no se nota. Únicamente cuando mueves los brazos o te desplazas es cuando te entra el biruji por todas partes jaja



Es muy curiosa notar la capa de sal que se te queda en el cuerpo al salir, pues da la sensación de estar embadurnado de crema hidratante. Al irse secando esa sensación desaparece y todo el cuerpo queda cubierto de copos de sal. Cuidado si tenéis heridas abiertas y también que no os entre agua en los ojos porque el picor puede ser importante jaja


Estuvimos relajados un par de horas, disfrutamos de las vistas y luego nos dirigimos a la carretera principal a coger el primer autobús que pasara dirección Jerusalén. No tardamos ni 5 minutos en ver uno a lo que salimos corriendo como locos y por suerte paró para recogernos a pesar de que no estábamos en el sitio adecuado. 

Y llegamos a Jerusalén, la conocida como ciudad Santa o la cuna de las religiones. Es una de las ciudades más antiguas del mundo y es considerada sagrada por tres de las mayores religiones del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islam.

¿Qué hacer un día en Jerusalén?

Lo primero es aprovechar la luz del día y la energía del desayuno para subir caminando hasta el monte de los Olivos para disfrutar (y maravillarse) con las vistas de la ciudad al completo.

De subida al monte de los Olivos nos encontramos con la espectacular iglesia de Santa María Magdalena, que como os podéis imaginar por sus formas, es un templo ortodoxo ruso. 


También muy cerca se encuentra la Basílica de Getsemaní o de la Agonía (menudo nombrecito) junto a unos bonitos jardines. En su interior se encuentra una porción de roca en la que, según la tradición, Jesús oró la noche de su arresto después de celebrar la última cena.


Para llegar al monte de los Olivos hay que hacer un trayecto bastante empinado de una media hora a pie. Si no se está lo suficientemente en forma se puede optar por los taxis, que se encuentran situados en puntos estratégicos. Sin embargo el esfuerzo de subir caminando se ve recompensado al disfrutar de las impresionantes vistas de toda la ciudad desde lo alto del monte.


Uno de los puntos que más llaman la atención son el cementerio judío que se encuentra justo a nuestros pies y la cúpula dorada que sobresale por encima de la mayoría de edificios. Se trata de la Cúpula de la Roca, un monumento islámico en que se alberga la roca desde la cual (según los musulmanes) Mahoma ascendió a los cielos para reunirse con Dios, acompañado del ángel Gabriel.



Descendimos de nuevo al centro de la ciudad y nos dirigimos al la Ciudad Vieja de Jerusalén, considerada Patrimonio de la Humanidad. Existen cuatro barrios dentro de la ciudad: el Musulmán, el Judío, el Cristiano y el Armenio.
La idea que se extrae y que también se intenta transmitir es que a pesar de la diferencia de creencias, en Jerusalén se vive y se convive en paz y harmonía. De hecho esa es también la sensación que nosotros tuvimos al pasear por sus calle, pues el ir y venir de personas de diferentes razas, religiones y vestimentas es constante y en todo momento nos sentimos seguros y tranquilos.


El barrio musulmán es el que más llama la atención por sus coloridas y llamativas tiendas, sus vendedores de zumos y sus humeantes restaurantes.



Sin embargo el barrió que más nos sorprendió fue el judío. En él se encuentra el Muro de las Lamentaciones, sagrado para los judíos debido a que es una de las pocas partes que quedaron en pie después de que los romanos destruyeran el Templo de Jerusalén. Frente a él acuden cada día cientos de creyentes a rezar, lamentarse o continuar la tradición de introducir un pequeño papel con una plegaria entre las rendijas del muro (costumbre con varios siglos de antigüedad).




Por estas fechas (para nosotros Navideñas) los judíos se encontraban celebrando Hanukkah (o la Fiesta de las Luces). Se trata de una festividad judaica que se celebra durante ocho días en los que cada día se van encendiendo luces o velas de un candelabro de 9 brazos (uno de ellos "piloto"). Esta tradición recuerda la victoria de los judíos sobre los helenos y la recuperación de su independencia sobre los griegos.


Por las calles del barrio Judío es fácil encontrarse con candelabros o estructuras que sostienen velas en las entradas de las casas y con un poco de suerte se pueden ver miembros de la familia cantando y orando al encender las velas, sobre todo al atardecer.


Nos llamó mucho la atención las vestimentas tradicionales judías. Los que llevaban los gorros más grandes (como en la foto) son los que pertenecen a los grupos más creyentes (y radicales) también denominados ultraortodoxos.


El barrio Armenio es el más pequeño y el más tranquilo de la Ciudad Vieja. Aunque los armenios son cristianos, se diferencian en cuanto su identidad sobre el Barrio Cristiano y sus habitantes. La calle Khabad (en la foto) es una de las más bonitas por las que paseamos.


Hicimos una parada para comer en Alma Café, nada del otro mundo, pero llenamos los estómagos rápidamente con abundantes raciones.



Por la tarde paseamos por el Barrio Cristiano. En este barrio se encuentran más de 40 sitios sagrados para los cristianos, entre los que destaca la Iglesia del Santo Sepulcro. En ella (según los Evangelios) se produjo la crucifixion, enterramiento y resurrección de Cristo, por lo que podemos entender que sea un lugar muy importante para la peregrinación de sus creyentes.



(vista de la plaza de la Iglesia del Santo Sepulcro, desde la Iglesia)

Otra de las cosas que más nos gustaron fue pasear por las calles de Jerusalén al atardecer cuando las tiendas han cerrado, los turistas han vuelto a los hoteles y la Ciudad Vieja se vuelve misteriosa solamente iluminada por tenues luces anaranjadas. Cada barrio tiene su propio atractivo nocturno, por lo que os recomendamos que volváis a pasearos por todos sin prisa.








En general Jerusalén nos ha sorprendido para bien. Es una ciudad segura y tranquila, los vendedores no te atosigan ni sientes inseguridad en ningún momento. Es un lugar especial, en el que empaparse de historia y abrir la mente, entender las diferencias y aprender a respetarlas.

En la Ciudad Santa, donde creyentes de todas las partes vienen a peregrinar, nos despedimos con estas imágenes tan simpáticas de dos animales que parecían estar pidiendo al cielo, no sabemos qué ni a qué Dios, pero eso estando en Jerusalén, es lo de menos.




Saludos mundileros!

No hay comentarios:

Publicar un comentario